miércoles, 27 de enero de 2010

25 años después / 3


Gerardo estaba en el jardín de su casa cuando sonó el celular. “Eugenia llamando”, titilaba en la pantalla del Nokia y decidió no atender. El silencio volvió en la tarde. No quiso pensar que hubiera pasado si su esposa descubría la comunicación. En los últimos meses, ella se había vuelto celosa y metida en todos los asuntos, hasta exasperarlo.

Gerardo había logrado a los 50 años estabilidad emocional. De físico delgado y elegancia, había tenido muchas mujeres en su vida, pero todo se había desbarrancado cuando pisó los 30. La novia que más amaba se esfumó. Siempre confesaba a sus amigos lo poco que cuidó a esa pareja, a pesar del amor que le tenía. Solo se dio cuenta del estado de enamoramiento cuando ella le entregó una carta en un bar porteño a modo de despedida. Luego  perdió el rumbo, amigos y trabajos. Nada parecía contenerlo. Fueron años de un exilio impuesto por él. Una penitencia a su torpeza con el amor. Sólo se estabilizó pasando los 40 años, cuando regresó de vagar por pueblos alejados y se asentó en su ciudad natal, junto al mar.
Ahora, ya casado, era un hombre respetado por su inteligencia en la escritura. Poseía una de las bibliotecas más completas y su avidez por la lectura parecía enfermiza. Esa actividad solitaria, conjugaba con su personalidad: de pocas palabras pero precisas. Escapaba a los tumultos, a los gritos y no soportaba compartir una comida con más de ocho personas.


“Carajo, quien habrá sido la mujer que te convirtió en semejante egoísta”, le había gritado su esposa meses atrás en la cama. Él no reaccionó y guardó silencio. La vida de Gerardo estaba planchada, como el mar con el viento norte. Pero supo que Eugenia y su temperamento sería capaz de provocar cualquier remolino. Se arrepintió de haberlo dado el número de teléfono. Sabía de la audacia de su ex novia, que lo podría arrinconar. El sonido del celular se repitió y decidió atender. No quería pasar por un cagón, como hace 25 años atrás. (Continuará)

lunes, 25 de enero de 2010

25 años después / 2




Eugenia desoyó el insistente timbre del portero eléctrico y se quedó acurrucada en la ducha, gozando del agua. No podía creer que un encuentro fugaz con un ex novio de hace 25 años le moviera toda su estantería. Se dio cuenta de la debilidad de su pareja y de los huecos familiares. Se incorporó un poco y dejó que solo corriera el agua fría en su piel. Si había algo que la conformaba a sus 40 años era su cuerpo. Era una mujer menuda y de largos cabellos castaños. Su cara lucía rosada, donde sobresalían sus ojos claros. Tenía senos no muy grandes, piernas flacas y glúteos firmes. Desde la adolescencia había desarrollado una risa disparatada, que era parte de su carácter alegre. En sus años de juventud y adultez se había convertido en una profesional destacada. Su carrera universitaria había sido brillante y alcanzó notas sobresalientes en el profesorado de historia. Más tarde consiguió la titularidad de una cátedra.

Hija única de padres estrictos, había escapado a los moldes que trataron de imponerle. En la infancia curso sus estudios en el colegio privado más caro de Rosario, mientras estudiaba piano y cumplía con sus clases de inglés. El premio familiar era dos meses de vacaciones junto al mar y la playa, algo que ella adoraba. Quien más la atormentaba era su padre, rígido en todos los aspectos y que deseaba ver a su pequeña casada de blanco y con alguien distinguido. Pero Eugenia y sus sensaciones tenían otros planes. Fue en un verano de 1985 cuando se abrieron las compuertas al goce. Conoció en la playa a Gerardo y no pudo resistir acercarse a él.

Eugenia dejó la ducha y con parsimonia comenzó a secar su cuerpo. Pensaba que su pareja se había convertido en una perfecta mierda. Una especie de sociedad anónima con un hombre bueno. Alquilaban películas, comentaban el tiempo o las contingencias laborales. Pero la efervescencia de la pasión se había aplacado. Las emociones ya no existían. Terminó de secarse, caminó desnuda hasta la habitación y se miró al espejo colgado en la pared. Se sintió segura y linda. Recordó la cara de Gerardo y el encuentro casual. Entonces decidió que lo llamaría sin importar nada. (Continuará)

domingo, 24 de enero de 2010

25 años después / 1



Cuando Eugenia entró al departamento se maldijo por no haberse quedado callada. Estrujó el papel con el número de celular de Gerardo y lo echó en una cajita de madera, cerca de unos adornos con pececitos. Ella no había podido reprimir las ganas de ofenderlo por un episodio amoroso de 25 años atrás y que pensó olvidado. Estaba rabiosa y furiosa. A veces se reía sola al no poder contener su incontinencia verbal hacia los varones. Pero esta vez era distinto. Entendió que su malestar por su situación sentimental complicada lo había descargado con la persona equivocada. ¿Con qué derecho?, pensó.

Gerardo subió a su auto y lo puso en marcha. Había quedado descolocado por el encuentro casual, pero mucho más por el recuerdo del amor adolescente no consumado, que ella le recriminó. Mientras avanzaba por las calles con aroma a tilos pensó que Eugenia lo consideraba un cagón. Ella desde su juventud había sido resuelta y audaz. Eso la hacía una mujer más bella. Gerardo estacionó cerca de la playa. Observar el mar lo ayudaba a pensar. Media hora después regresó a su casa convencido que el breve encuentro no tendría más repercusiones internas y que las palabras de Eugenia sólo habían sido una provocación, como en sus años jóvenes.

Eugenia despertó a su hijo y luego llamó por teléfono a su pareja para contarle que en 15 días regresaban a Rosario. Luego colgó y rogó para que Gerardo, por el cual mantenía un cariño innato, supiera por dónde volver a empezar. No había razón para echar a perder una relación humana que podría convertirse en una amistad adulta. Ella ingresó al baño y abrió la ducha. Se quitó apresurada la ropa y su desnudez se metió bajo las gotas templadas. Cerró los ojos, alzó la cabeza y dejó que el agua empapara su cara. ¿Y si hubiera sido Gerardo el primero?, pensó. El sonido nervioso del timbre la quitó del trance (continuará).